Querida comunidad educativa:
La Navidad nos encuentra, en varias oportunidades, llevando a cabo un intercambio de cosas, en un ida y vuelta de pedidos y deseos, de demandas acompasadas por nuestras contradicciones humanas llenas de claroscuros. También llenos de gratitud por todo lo vivido en este año tan intenso en el que retomamos la presencialidad completa. Sin embargo, es bueno que cada quien se pregunte, en estos días: ¿Cómo me encuentra la Navidad?
Tal vez, la certeza de un Dios hecho bebé puede pasar desapercibida a nuestra sensibilidad excitada por los estímulos del consumo y del estrés, o cansada del sufrimiento y el dolor, o harta de la situación social difícil y de la rudeza de nuestro contexto complejo. También puede pasarnos que estamos alejados, como sin sentido, o en otra sintonía que la del espíritu de Jesús. Sí, son muchas las cosas que podrían estar haciéndonos dejar de percibir lo importante de un Dios que se aproxima.
Y, sin embargo, Dios viene igual.
No espera el momento oportuno, se hace tiempo propicio e inaugura algo nuevo.
No necesita todo ordenado, se hace armonía en el caos de lo que no controlamos.
No teme a la noche fría, la ilumina cálidamente.
No pretende un lugar limpio para llegar, sino que se hace pureza en la escoria.
No cumple con una idea linda de lo que debería ser Dios, es realidad que lo embellece todo
dotándolo de vida.
No trae lo que le pedimos, se hace don él mismo.
No cae del cielo como un rayo tremendo y soberbio, se gesta humildemente en las entrañas
de una madre y en la confianza de un padre.
No viene desde arriba, sino desde abajo, emergiendo con simpleza.
No responde nuestras preguntas, se hace palabra sabia que, misteriosamente, desconcierta
y calma a la vez.
No pide vestidos lujosos, sólo es envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
No impone su autoridad sobre la gente, se hace él mismo ternura que convoca.
Le pedimos paz, amor, prosperidad, salud, ¡tantas cosas!, pero viene él mismo.
Le pedimos cambiar lo que no nos gusta y nos transforma en la relación con él.
Es como si siempre esperáramos que nos mande lo que necesitamos y lo que Dios nos dice con Jesús, es que es él quien, al relacionarnos desde nuestra libertad, viene a salvarnos de nosotros mismos cuando la paradoja de nuestra vida nos abruma, nos enemista, nos mata.
El regalo de toda navidad es Dios mismo, no esperemos más y corramos al encuentro con él. Hablémosle, tomémoslo en nuestros brazos, arrullémoslo, cuidémoslo. Y todo lo demás, vendrá por añadidura.
¡Feliz Navidad!
Consejo Directivo y P. Rector